miércoles, 26 de diciembre de 2012

Bravatas de bar. El Angliru dos veces del tirón


   Envalentonado ante el desconocimiento de sus interlocutores sobre la materia, a Dandochepazos se le calienta la boca y, él solito, se complica la existencia con un reto ciclista a todas luces inalcanzable para un globero de su condición.

   ­-Como lo oís. Voy a ascender el Angliru dos veces seguidas; subo, bajo y vuelvo a subir por la otra vertiente. Así, del tirón.

   ­-Claro, claro... -responde sin demasiado interés uno de los dos sujetos que lo acompañan tras apurar su cerveza. “Está mala de cojones; a ver si va a ser una Cruzcampo...” piensa, más preocupado por descubrir la marca de aquel bebedizo que por atender a las bravatas de Dandochepazos.
Hacer planes ciclistas con varias cervezas en el
cuerpo puede no ser una buena idea.

   ­-Oye, pero el Anguilu ése, y dos veces consecutivas... ¿No es demasiado para ti? ­- tercia en la conversación el tercer integrante del grupo, quien pese a su exótico modo de referirse al coloso asturiano, parece tener una vaga noción sobre la magnitud de la ascensión.

   ­-No te vayas a creer. Yo engaño mucho. Este año estoy entrenándome bastante y en la cronoescalada de la IratiXtrem quedé el 432. Ni más, ni menos. ­-Convencido de haber deslumbrado a su escéptico compañero de barra con semejante logro, Dandochepazos da un último trago a su cerveza, que hace la quinta o la sexta de la tarde. El sabor de aquel aguachirri es insufrible; apenas le queda gas y la espuma tiene menos sustancia que la de un lavavajillas de marca blanca. Sin embargo, no le queda otra alternativa que hacer un sacrificio y vaciar el vaso, pues sabe bien que de lo contrario perderá el respeto de sus acompañantes.

­   -Bueno, señores; me despido ­-dice, ya medio ebrio­-, que un servidor debe irse a hacer rodillo; porque en un par de días, a más tardar, parto hacia Asturias.

   Mi camarada había programado aquel viaje hacía tiempo, con el objetivo de enfrentarse, junto a su fiel BH de aluminio, con el Angliru, el Gamoniteiru y otros puertacos de la zona sur del principado. Pero ahora, por si la dificultad de la empresa no era suficiente, la vanidad y el no saber beber le han llevado a marcarse un desafío que puede costarle la salud.

Tirar la bici barranco abajo

   Cierto es que estas bravuconadas de taberna no suelen ir a ninguna parte, porque lo normal es que el responsable de las mismas recupere la compostura y las olvide al llegar a casa, una vez empiezan a disiparse las brumas alcohólicas que ofuscan la mente. Pero en este caso, como en tantas otras ocasiones, mi colega acaba por creerse sus propias fanfarronadas. Así que, tras constatar que no está en condiciones de encaramarse al rodillo y de salir con bien de una sesión de entrenamiento, se dedica a retocar el diseño de la etapa principal que había programado, para incluir en ella su insensato reto.

   El croquis resultante no puede ser más descabellado. Se propone subir el Cordal y luego el Angliru por sus dos vertientes; primero desde La Vega y, posteriormente, desde Santa Eulalia. En total, más de 3.100 metros de desnivel y una sucesión de rampas tan inclinadas que invitan a tirar la bici barranco abajo y a quedarse sentado en la cuneta. No sabría decir cuál de los dos reventará antes; si el Megane de 1997 que debe cubrir los casi 400 kilómetros que hay entre Vitoria y Pola de Lena, o mi talludito colega, que con sus 34 primaveras y achaques diversos, no se si está ya para estas alegrías.

El megane turbodiesel de primera generación
es una auténtica bestia de la carretera.
   Pese a mis dudas iniciales respecto a su fiabilidad, el Renault de mi amigo cubre con solvencia el trayecto hasta la pequeña localidad asturiana. Ahora es el turno de Dandochepazos. La ausencia de campings en la zona le han obligado a instalarse en un hostal, por lo que el presupuesto se le ha disparado y anda un poco rabioso. Acostumbrado a escatimar los céntimos hasta extremos insospechados, los cien euros que le van a clavar por dos noches le parecen todo un dispendio.

Macarrones del Mercadona

   Obsesionado con no repetir errores alimentarios del pasado ­-que tantas pájaras y disgustos le han causado­-, deja sus pertrechos en la pensión y se dirige al Mercadona del pueblo. “Esta vez no será por falta de carbohidratos” piensa, al tiempo que deposita sobre la cinta transportadora varias bandejas de pasta precocinada. Tendrá que comérsela fría en la habitación, porque no es cuestión de hacer saltar la alarma anti-incendios usando allí dentro el hornillo de gas. Pero es lo que hay; bastantes lujos se ha permitido ya con su alojamiento de tres estrellas, como para echar la casa por la ventana con un menú del día.

   Al día siguiente se levanta temprano. Sabe lo que le aguarda, así que lo mejor es acabar cuanto antes. Tras los macarrones fríos de la noche anterior, el desayuno a base de tallarines con setas y pollo le cae como una bomba en el estómago, donde forma un engrudo de difícil digestión. No obstante, no le queda más remedio que zamparse enterito aquel mejunje, porque toda reserva energética va a ser poca ante la vorágine de cuestas, pendientes y fatigas que se avecina.

   Conteniendo como puede las arcadas provocadas por el empacho de comida fría, empieza a dar pedales. Los kilómetros, casi siempre cuesta arriba, pasan despacio. Una explotación de carbón abandonada, reflejo del triste panorama que se le presenta al sector en aquella región minera, atrae por unos momentos su atención, mientras sigue avanzando por la carretera.

El muy infeliz se fija metas inalcanzables
y luego viene el llorar.
   Después de unos dubitativos kilómetros iniciales, a media mañana se sorprende afrontando el tramo más duro del Angliru con cierta dignidad. Finalmente, corona el puerto y, tras el autorretrato de rigor para dar fe de su gesta, da la vuelta para iniciar el descenso. Aunque ha llegado más entero de lo que esperaba, descubre que no tiene ninguna gana de volver a subir hasta allí arriba por la otra vertiente, que comparte la parte final con la que acaba de ascender.

¿Por qué seré tan bocas?”

   “Como tenga que volver a pasar por este calvario me va a dar un mal. Por qué seré tan bocas” se reprocha a si mismo, mientras clava los frenos para que la BH no se le encabrite en aquellas brutales rampas. Un pinchazo en una curva a mitad de descenso acaba convirtiéndose en su salvavidas, pues ­-al menos en un primer momento­- le permite escaquearse de su autoimpuesto desafío sin demasiados remordimientos de conciencia. Solo tiene una cámara de repuesto y, además, la caja de parches se le ha olvidado en su piso. ¿Qué más puede hacer que regresar al hostal y buscar algún recambio para la etapa del día siguiente? No le queda otra opción.

   Veinticuatro horas después, a su regreso de la segunda y última etapa de aquel ministage, sigue dándole vueltas a lo ocurrido en la jornada anterior. Trata de convencerse a sí mismo de que razones de fuerza mayor justificaron su renuncia al doble ascenso del gigante asturiano, y de que aquella decisión no constituye desdoro alguno para su prestigio cicloturista. Pero es inútil; ni siquiera a golpe de caña logra evitar que la extraña sensación de fracaso que crece por momentos en su interior acabe amargándole la jornada.

   De pronto, una voz resuena en la cafetería de la pensión. Es mi camarada, que encendido tras su tercera cerveza e incapaz de contener su frustración, vuelve a las andadas. ­-¡Como hay Dios que el próximo año vuelvo y subo el Angliru dos veces seguidas! ¡Así, del tirón!

­   -Claro, claro... ­-le responde la camarera, al tiempo que tira del cañero para servirle otro vaso.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Un farol? Probablemente.
¿Una aventura? Sin duda.
¿Un fracaso? De ninguna manera.
Que levanten las manos todos aquellos que hayan subido en alguna ocasión el Anglirú en bicicleta, aunque solo sea una sola vez. Él puede levantarla, muchísimos de nosotros, no.
Según la crónica, el bueno de Dandochepazos logró llegar a la cima de un tirón, después de un largo viaje en Megané el día anterior, después de dormir en una pensión, y después de cenar y desayunar alimentos precocinados baratos no demasiado adecuados. El percance del pinchazo que le evitó afrontar de nuevo la ascensión queda relegado a un segundo plano.
Así pues, una vez más hay que rendirse ante este cicloturista aventurero (a más no poder), que se embarca a lo loco en empresas pseudo-imposibles, de las que no sale demasiado mal parado.
Enhorabuena.
El Yeyu Golobariano.

A.M.Y.P. dijo...

Hola, Yeyu. Tampoco yo creo que la aventura asturiana de Dandochepazos, que no solo subió el Angliru, sino también el Gamoniteiru y algún que otro 'puertaco' más, pueda ser calificada de fracaso. Es él mismo quien, víctima de su carácter obsesivo y de sus enfermizos procesos mentales, se siente corroído por una sensación de derrota. Así que este próximo verano, según dice, volverá a la carga con su demencial desafío. Él sabrá lo que hace. Un abrazo y feliz año nuevo.